Buenos Aires, 5 de marzo de 2001

Asalto en un taxi.

He sufrido el primer crimen violento de mi vida.

Buenos Aires ha estado sufriendo desde hace un tiempo de una ola de asaltos a pasajeros de taxis. El modus operandi habitual consiste en que dos delincuentes se suban repentinamente al auto y apunten con sus armas al pasajero. Luego toman su tarjeta de cajero automático y obtienen la clave mediante el sencillo procedimiento de la tortura. Uno de los delincuentes desciende luego en un cajero automático mientras los otros dos (el taxista siempre está involucrado con los ladrones) dan una vuelta a la manzana con la víctima. Recogen al primer ladrón que ya retiró todo el dinero que el sistema le permitió (usualmente $1000) y liberan al pasajero en una zona despoblada.

Estos delincuentes operan preferentemente en el microcentro de Buenos Aires donde se concentran muchos bancos y compañías y donde se puede encontrar al típico ejecutivo portador de tarjeta de débito.

Yo era consciente de este peligro. Durante mi estadía en el estudio Marval O'Farrell & Mairal más de quince compañeros de trabajo fueron víctimas de este mismo delito. Todos los casos fueron debidamente difundidos a través del e-mail a todo el estudio y se sugirieron muchas medidas de precaución como ser evitar tomar taxis solo, no tomarlos a la salida de los bancos, utilizar radio taxis cuando sea posible, pero si hay que tomar uno en la calle siempre elegir los modelos más nuevos porque es menos probable que éstos sean utilizados para cometer delitos. De todas estas medidas preventivas yo únicamente utilicé la última. Pensé que mi riesgo era mínimo porque raramente tomo taxis (siempre tengo la impresión de que me están estafando con el medidor –usualmente tengo razón- y odio eso).

El 13 de Septiembre del 2000 paré un taxi (un lindo Peugeot 405) en el microcentro de Buenos Aires para ir a mi clase de gimnasia pre-parto (si, yo hacía la gimnasia también). Cuando me subí, noté que había un plástico extendido flojamente sobre el asiento trasero. El chofer me hizo algunas preguntas que no tenían mucho sentido y que más tarde me di cuenta que eran una suerte de código para sus cómplices transmitido probablemente por un teléfono celular abierto. Cuando el auto se detuvo al llegar a destino y mientras buscaba la plata en mi billetera (estaba bastante seguro de que estaba siendo estafado con la tarifa) dos hombres se subieron repentinamente al auto, uno en el asiento delantero y otro a mi izquierda. El tipo a mi izquierda me mostró un cuchillo, me dijo que tenía una pistola y que me iba a disparar si me movía. El hombre del frente fingía estar amenazando al conductor. Me forzaron a fijar la vista en mis rodillas y a poner mis manos sobre ellas. Hablaban todo el tiempo sin parar por lo que no recuerdo exactamente qué dijeron pero la línea argumental era algo así como: "acabamos de dar un golpe, nos estamos escapando de la policía y necesitamos este auto. No les va a pasar nada si no hacen lío ". Enfilamos hacia "Palermo Viejo" que es un barrio con menos tráfico e iluminación pública. El hombre a mi izquierda tomó mi billetera del bolsillo de mi saco y se la alcanzó al hombre del frente.

Permítanme un paréntesis en la historia. Tres meses antes de este día yo había perdido mi tarjeta de cajero automático y nunca la había reemplazado porque mi banco estaba pegado a mi oficina y nunca la necesité. El banco también me emitió una tarjeta de crédito VISA que sí tenía ese día. El banco me había enviado por correo la clave que me hubiera permitido usar la tarjeta de crédito en cajeros automáticos pero nunca la memoricé.

Volviendo al auto, mientras el hombre del frente hurgaba en mi billetera, pregunté en tono humilde si podía decir algo. -¿qué querés decir?- preguntó el tipo de adelante que actuaba como el líder. –No tengo tarjeta Banelco porque la perdí hace algunas semanas- contesté. El hombre no contestó pero comenzó a hacer preguntas –¿de qué laburás?- Estuve tentado de decirle que hacía un trabajo administrativo de bajos ingresos cuando recordé que el sujeto estaba sosteniendo mi billetera con mis tarjetas del estudio y mi carnet del Colegio de Abogados. Así que le contesté que era abogado. –¿penalista?- me preguntó. Dudé una vez más acerca de si me ayudaría en algo ser un abogado penalista ya que probablemente estarían necesitando uno pronto., pero decidí decir la verdad y le dije que practicaba derecho civil –así que vos sos de esos que le roban a la gente – dijo él. Fue un comentario gracioso viniendo de un asaltante pero no me reí y contesté –ojalá lo fuera-.

Después fueron al grano y empezaron a preguntarme la clave de la tarjeta Visa. –No la sé- les dije. Y ahí se puso feo.

Empezaron a gritarme y amenazaban con matarme incesantemente. ¡Clavale una cuchillada! Le gritaba el de adelante a su cómplice. Entonces el que estaba a mi lado me pegó un fuerte codazo en la cara. Sentí que la cabeza me estallaba y, aunque dolió mucho, era más atemorizante que doloroso porque una erupción de sangre empezó a salir por mi nariz y a derramarse sobre mi ropa. Cubrí mi cara con mis manos y grité sin pensar -¡hijo de puta! -¿qué me dijiste?- gritó el que me había golpeado. -nada- susurré sacrificando algo de dignidad a cambio de seguridad. Continué diciéndole que me podían matar ahí mismo que no podía decirles lo que no sabía. Continuaron machacándome (verbalmente) por lo que me pareció una eternidad. Yo me limitaba a mirar hacia abajo, con un chorro de sangre cayendo de mi nariz (me di cuenta para qué era el plástico que estaba sobre el asiento) y a decir que no sabía el código de mi Visa. Les dije que podían usar la tarjeta para hacer compras, que podían gastar hasta mil pesos (el límite real era de $ 3.000).

En otro nivel de consciencia estaba muy tranquilo, esperanzado de que no me hicieran nada pero pensando que había una posibilidad muy REAL de que mi vida acabara y que nunca volviera a ver a mi hijo, y a mi mujer ni conociera a mi hijo por nacer. Es curioso como la fantasía y la lástima por uno mismo se mezclan en una situación peligrosa. Imaginé mi funeral, mi mujer llorando y mi hijo al lado del cajón. No eran lindos pensamientos.

El de adelante encontró en mi billetera una constancia del banco que arrojaba un balance de unos $ 300. Me preguntó cuál era el código de mi tarjeta Banelco perdida y me dijo que ellos sabían cómo utilizar esa clave con la tarjeta de crédito. Me advirtió que si no funcionaba sería porque yo les había mentido y entonces me matarían. No les mentí y les di el código aunque sabía que no funcionaría para la tarjeta de crédito. El hombre del frente anotó el código y se bajó del auto mientras que el conductor (sin que nadie se lo ordenara) nos llevó a una vuelta a la manzana. El hombre volvió a subirse al auto y nos dijo que el cajero no reconoció el código y que se había "chupado" la tarjeta de crédito. No trataron de lastimarme ni me siguieron amenazando Tomaron mi efectivo ($ 20) y una tarjeta de teléfono ($ 5) y me devolvieron mi billetera con todas mis cosas. Paramos en un lugar muy oscuro, el hombre de adelante se bajó, me hizo bajar y me dijo que camine 100 metros derecho sin darme vuelta. Caminé 50 metros y me di vuelta pensando que ya se habrían ido Todavía estaba ahí y me gritó que siguiera caminando. Seguí caminando hasta el final de la cuadra, volví a girar y se habían ido. Comencé a caminar hacia la Avenida Juan B. Justo que estaba a unas tres cuadras. Estaba literalmente bañado en sangre. Traté de cubrirme un poco con mi cuaderno legal de manera de no asustar demasiado a los transeúntes pero tuve poco éxito. Me sentí un poco culpable por verme tan aterrorizante. Si pasás cerca de un hombre muy grande cubierto en sangre ¿qué pensás? Yo me preguntaría si se trata de una víctima o de un criminal. Sentí esa duda muchas veces durante esa caminata.

Llegué a la avenida y caminé hacia una estación de servicio. Los empleados estaban obviamente alarmados al principio pero luego reaccionaron y me prestaron un teléfono. Llamé primero a Marina para pedirle que me viniera a buscar Traté de minimizar el incidente de manera de no preocuparla demasiado, teniendo en cuenta su estado. Después llamé a Visa para denunciar la tarjeta robada. Me lavé con la idea de mejorar lo más posible mi apariencia (causa perdida) y esperé. Marina llegó 10 minutos más tarde y estaba muy alarmada al ver mi estado. Le dije que estaba bien y que tenía hambre. Me puse la remera de gimnasia sobre mi camisa ensangrentada y fuimos a Mc Donald's a comer algo.

La memoria empieza a disiparse con el paso del tiempo y el cerebro muchas veces elige aquellos recuerdos más desagradables cuando llega el momento de descartar. Por ello es que decidí escribir hasta el más mínimo detalle de lo que pasó esa noche. Este tipo de delito se ha vuelto tan común en Buenos Aires que frecuentemente se pueden ver reportes sobre ellos en los diarios. Leyendo estos artículos me doy cuenta de lo afortunado que fui. Muchas víctimas terminan asesinadas o gravemente heridas. Algunas personas que conozco son golpeadas salvajemente por no recordar un código y sus esposas recibieron llamados telefónicos a través del celular de la víctima para escuchar como torturaban a sus maridos mientras que se la interrogaba por la clave. Tuve suerte y me costó solo $20. Ahora tengo un seguro de vida para proteger a mi familia en caso de que alguna vez me pase algo. Tengo una nueva tarjeta Banelco con un seguro que me protege de pérdidas originadas en este tipo de situaciones por si alguna vez vuelven a suceder. Sin embargo esto no es probable porque raramente uso taxis y cuando lo hago los llamo por teléfono y nunca paro uno en la calle.

La seguridad se está convirtiendo en un asunto candente en la política mientras que una ola de crímenes estremece Buenos Aires, que antes era considerada una de las ciudades más seguras del mundo. Las soluciones que se manejan son: (i) reforma de las leyes penales a fin de aumentar las condenas a prisión y evitar que los delincuentes salgan libres mediante chicanas procesales, (ii) aumento de la presencia policial en las calles y (iii) mejora de la situación general de la economía que es actualmente desesperante a fin de generar más empleo legal. Veremos que pasa. En el ínterin, si alguna vez venís a Buenos Aires no tengas miedo de caminar por la calle. Todavía es una ciudad tan segura como cualquier otra pero jamás te tomes un taxi en la calle a menos que quieras una oportunidad de tener un viaje emocionante.



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